Por Francisco J. Ortiz
Colecciones como Clásicos Ilustrados o Joyas Literarias Juveniles, que aglutinaban en su seno adaptaciones al cómic de muchas de las obras maestras de la literatura universal, hicieron mucho por promover el hábito de la lectura entre los más jóvenes, al mismo tiempo que permitían conocer bastantes de estos relatos de fama internacional sin necesidad de haber leído la novela pertinente. Tanto es así que ahora, en una operación comercial impulsada principalmente por la nostalgia, muchos de aquellos títulos vuelven a ponerse en circulación respetando las condiciones de impresión de la época -colores demacrados, textos en fuentes antediluvianas- para deleite de los lectores que ya contamos cierta edad.
Lo que ya no es tan habitual es que novelas del género negro se vean adaptadas al lenguaje de la historieta, sobre todo si no son clásicos incontestables como los textos de Raymond Chandler, James M. Cain o Chester Himes redefinidos por Andreu Martín, Luis Bermejo o Florenci Clavé. Por eso resulta curioso que en los últimos meses hayan visto la luz en España dos adaptaciones de otros tantos libros que se acercan al género desde una perspectiva esquinada cuando no directamente irreverente.
Hablar de irreverencia y de género negro escrito en español implica recurrir necesariamente a la obra del astur-mexicano Paco Ignacio Taibo II. El autor de novelas como Días de combate o La bicicleta de Leonardo y de ensayos como la biografía definitiva de Pancho Villa dirige desde hace más de dos décadas la Semana Negra de Gijón, ejemplo vivo de la fusión de géneros y códigos narrativos, de la mezcla de cultura y fiesta entendida como un todo inseparable. Muchos ingredientes de ese cóctel molotov que es su manera de entender la ficción se encuentran en una de sus novelas de más largo recorrido, Cuatro manos, donde se permite fusionar varias líneas narrativas que abarcan un vasto territorio espacial y un longevo arco temporal.
Cuatro manos arranca el 19 de julio de 1923, en la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez. A ese territorio fronterizo llega un hombre de gesto cansado y mirada triste con un equipaje austero: ocho botellas de ginebra holandesa. El aduanero mexicano cree conocerlo pero no acaba de recordar quién es; solo cuando ya haya entrado en terreno extranjero lo reconocerá como Stan Laurel, la mitad más discreta de los célebres “El Gordo y el Flaco” de la comedia cinematográfica. Al día siguiente, este popular actor en declive será testigo casual del asesinato del mismísimo Pancho Villa.
Muchos años después, en nuestro tiempo presente, dos periodistas de investigación, el norteamericano Greg Simon y el mexicano Julio Fernández, deciden viajar a Nicaragua para arrancar con un nuevo proyecto conjunto. Mientras tanto Alex, cabecilla de un departamento secreto de la CIA que responde a las siglas de SD (Shit Department, el “Departamento de la Mierda”), construye un plan para utilizar a su antojo la figura de Rolando Limas, un mafioso y narcotraficante de la peor calaña.
Estas tres líneas principales se mantienen en la adaptación al cómic de la novela, de la que hasta el momento hemos podido ver los dos primeros volúmenes, que recogen a su vez la primera y el inicio de la segunda de las cinco partes que constituyen este libro de dimensiones considerables. Parte de la extrema fidelidad -reproduciendo no ya los hechos narrados sino la misma estructura del libro, títulos de los capítulos y hasta muchos diálogos- con la que se ha llevado a cabo esta traslación se debe a que ha sido el propio PIT II quien ha tomado las riendas del proyecto junto al ilustrador Améziane, que aquí tiene la costosa labor de plasmar en viñetas el ingente imaginario del novelista, que alcanza al cine de principios de siglo y la desaparición de Roque Dalton, la cuenca minera asturiana y a León Trotski escribiendo una novela policíaca. Un cometido este del que el dibujante sale particularmente airoso: véase si no el recorrido que hace por la España de la primera mitad del siglo XX a partir del diario de Tomás Fernández, abuelo del periodista mexicano que emigró a tierras asturianas para fundar un periódico que se oponía al régimen franquista y que acabó regentando un pequeño hotel donde fue a parar cierta estrella olvidada del cine en blanco y negro…
Pese a la profusión de datos y a cierta querencia por los textos extensos, fruto sin duda de la verborrea de su principal responsable, Cuatro manos (el cómic) se lee con avidez y deja con ganas de más: la amistad que une a Greg y Julio está plasmada con un acierto tal que recuerda a la camaradería del cine de Sam Peckinpah, y la figura de Alex y su trabajo al frente del SD es una de las miradas más fascinantes al mundo de las agencias de Inteligencia que hemos tenido el placer de disfrutar, y que nada tiene que envidiar a las de Norman Mailer, Robert De Niro o Greg Rucka, por citar referencias de la literatura, el cine y por supuesto el cómic. Mientras esperamos la continuación, con curiosidad sobre todo por el maravilloso trabajo de Améziane, podemos deleitarnos con la propia novela de Taibo retomando la lectura del relato allí donde las viñetas lo dejaron.
La otra adaptación a la que hacíamos referencia es la de la novela de 1946 Nightmare Alley, conocida en España como El callejón de las almas perdidas gracias a la adaptación cinematográfica del año siguiente que con ese título llegó a nuestro país. El film, dirigido por el discreto artesano Edmund Goulding y protagonizado por un Tyrone Power que ansiaba dejar atrás su imagen de galán impoluto asumiendo papeles tan turbios como el que nos ocupa o el de El filo de la navaja de Somerset Maugham, también llevada al cine por el director y el intérprete, hizo solo lo justo por popularizar entre nosotros esta novela de William Lindsay Gresham.
Según la crítica especializada, la novela original -que no he tenido el gusto de leer- presentaba ecos de la película de Tod Browning Freaks (La parada de los monstruos) en su reflejo del particular universo que rodea a las ferias ambulantes y a los fenómenos que las pueblan. A este microcosmos iba a parar Stanton Carlisle, encontrando allí una manera de ganarse la vida como vidente de éxito, pero que al final acabaría por convertirse en un alcohólico culpable de violación y asesinato.
No creo que haga más por popularizar la figura de Gresham, aunque me gustaría, la por otro lado magnífica adaptación realizada por Spain Rodríguez, dado el alcance limitado de muchos productos del medio de cara al lector generalista y que la figura de Rodríguez, clave del tebeo underground y colaborador habitual de autores como Robert Crumb o Art Spiegelman, ha visto cómo su obra, con la excepción de algunas historietas breves, permanecía hasta la fecha inédita en España.
Nightmare Alley, el cómic, narra la ascensión (por así decirlo) y caída del Gran Carlisle en una Norteamérica que todavía seguía sumida en los estragos de la Gran Depresión que tan bien supieron plasmar John Steinbeck y John Ford, los mismos Estados Unidos que el novelista James M. Cain retrató, ya dentro de las coordenadas del género negro, en novelas como El cartero siempre llama dos veces o Pacto de sangre (esas que muchos conocen por las películas de Tay Garnett y Billy Wilder, esta última la recordarán como Perdición). Estamos en un universo donde cualquiera puede humillarse hasta lo indecible por un sueldo raquítico o incluso por un trago de alcohol, y donde las femmes fatales ni siquiera necesitan rodearse de un halo de sofisticación y glamour para ejercer su condición de mantis religiosa.
Adaptar la novela original llegó a Spain Rodríguez como un trabajo de encargo dentro de una serie de adaptaciones de novelas policíacas inaugurada por La ciudad de cristal, la soberbia versión de la novela de Paul Auster realizada por Paul Karasik y David Mazzucchelli que ningún aficionado debería dejar de leer. Pero dicha línea se cerró antes de que Rodríguez concluyera su trabajo, por lo que esta Nightmare Alley acabó descansando el sueño de los justos hasta que Fantagraphics Books decidió publicarla. El resultado, aunque quizá sea demasiado deudor del texto original y se olvide por momentos de las posibilidades narrativas del arte secuencial -lo mismo que le sucede a veces a la comentada Cuatro manos, pero sin llegar a la atrocidad que perpetró el sobrevalorado Steve Niles adaptando Soy leyenda de Richard Matheson)-, mata dos pájaros de un tiro rescatando la figura de William Lindsay Gresham y permitiendo que el soberbio trabajo de Spain Rodríguez esté disponible en las librerías españolas. Con eso ya deberíamos conformarnos.
Cuatro manos Paco Ignacio Taibo II & Améziane Barcelona, Norma Editorial, 2008 (2 vols.) 96 pp. c/u., 19 € c/u. Nightmare Alley (El callejón de las almas perdidas) Spain Rodríguez Madrid, Drakul, 2009 136 pp., 15 €
.38, Revista digital de La Balacera. Entrevista publicada en el número de diciembre de 2019
Francisco J. Ortiz (Villena, Alicante, 1976). Profesor de Lengua y Literatura Castellana y crítico especializado en cine, cómic y literatura de género, ha publicado relatos y ensayos en antologías, revistas y webs especializadas. Autor junto a Jesús Lens del libro Hasta donde el cine nos lleve (Viajes y escenarios de película), cuenta con una columna de opinión en El Periódico de Villena y es responsable del blog cultural Abandonad toda esperanza.