John Cazale, el secundario de la fragilidad

 

Por Ricardo Bosque

Un rápido vistazo a la Wikipedia nos informa de que 1978 fue el año en que finalizó en Alemania la investigación sobre el «escándalo Lockheed», en que los sandinistas anunciaron el inicio de la guerra civil en Nicaragua, en que Aristóteles, Shakespeare o Dickens dejaron de estar prohibidos en China. El año en que se levantó en España la penalización del adulterio y el amancebamiento, en que el Pazo de Meirás quedó destruido por un incendio y la hija del dictador fue detenida cuando pretendía volar a Suiza cargada con unas cuantas piezas de bisutería sin importancia. El año en que Aldo Moro fue secuestrado y asesinado por las Brigadas Rojas, en que Israel ganó la Eurovisión con A-ba-ni-bi, en que falleció el protagonista de uno de los pontificados más breves de la historia.

Para los amantes del cine, 1978 fue, simplemente, el año en que murió John Cazale.

Dicho así, algunos pondrán cara de pensar «de qué me suena a mí este nombre». Lógico, un actor secundario con sólo cinco películas en su haber no debería haber calado hondo en los espectadores, pero si esas cinco películas son las dos primeras entregas de El Padrino, La conversación, Tarde de perros y El cazador (además de El Padrino III, en la que aparece en escenas grabadas de las dos anteriores) la cosa cambia.

Ahora sí, ahora en el cerebro del lector ya comienza a formarse la imagen de un tipo gris, anodino, en absoluto un guaperas del celuloide, pero con una calidad interpretativa fuera de discusión. La imagen de un Fredo Corleone que pasó a la historia por ser tal vez el miembro más creíble de la más conocida Familia de mafiosos que la literatura y el cine han dado. Porque frente a la crueldad, el cinismo, la absoluta insensibilidad del primer Don Corleone y sus chicos, Fredo fue el hermano al que le tocó bailar con la más fea, el muchacho enfermizo ninguneado por su padre y sus hermanos debido, precisamente, a su carácter más humano, torpe, casi invisible, capaz de mostrarse débil en contraste con la dureza que le rodeó desde crío. Fue el mafioso que dejó caer su arma mientras su padre era tiroteado por sus enemigos, el inútil al que se aleja del centro de poder para que se divierta en Las Vegas y al menos no moleste demasiado, el marido incapaz de meter en cintura a su mujer y que se ve obligado a soportar cómo ésta le reprochaba su falta de hombría, el hombre que traicionó a su hermano haciendo tratos con un rival a cambio de conseguir algún negocio que, por una vez en su vida, pudiera manejar por sí mismo. El hombre que murió de un tiro en la nuca por orden de su hermano, a los 39 años de edad, en El Padrino II.

Entre Padrino y Padrino, Cazale fue también el socio mediocre de un experto en escuchas telefónicas y de todo tipo a quien dio vida un espléndido Gene Hackman en La conversación, película que, siendo de las mejores de Coppola, pasó injustamente desapercibida, tal vez bajo la sombra de El Padrino II, con la que compitió por el Oscar que finalmente recayó en esta última. Opresiva y obsesiva como pocas, La conversación tiene como centro a un técnico que trabaja por encargo escuchando y grabando conversaciones privadas. Nunca se inmiscuye, nunca escucha las grabaciones más allá de lo necesario para conseguir un sonido nítido. Pero el recuerdo de lo sucedido años atrás, cuando una de sus grabaciones tuvo unas consecuencias inesperadas, le impulsa a escuchar el fruto de su último trabajo. Un error que no debería haber cometido y que tiene como consecuencia una escena final absolutamente memorable.

Un año más tarde, en 1975, Cazale se pone a las órdenes de Sidney Lumet para rodar, junto a su amigo Al Pacino, una de esas películas que podríamos calificar como «conmovedoramente divertidas»: Tarde de perros. En ella, Al Pacino -tal vez en una de las mejores interpretaciones de su carrera- y Cazale dan vida a dos delincuentes de poca monta, bienintencionados y sumamente desafortunados, que convierten lo que debería ser un sencillo robo a un banco en un espectáculo mediático y una sucesión de situaciones surrealistas para regocijo de la multitud que aclama a los atracadores desde la calle y de los propios rehenes, víctimas de un síndrome de Estocolmo de manual plenamente justificado, porque ¿cómo no encariñarse de dos tipos tan ingenuos y humanos como esos dos desheredados? Eso sí, el brutal e inesperado desenlace ideado por guionista y director nos devuelve de golpe a la realidad y nos recuerda que, desgraciadamente, lo que acabamos de ver tiene bien poco de comedia y mucho de tragedia.

Y llegamos a su última participación en el cine. Y, como no podía ser de otro modo, no lo hace en una cinta precisamente mediocre. Esto es lo que dice Carlos Boyero de ella: «No es una película sobre la guerra, sino sobre la amistad. Sobre cómo la vida puede joder las cosas más hermosas que hemos tenido, la imposibilidad de recobrar el esplendor en la hierba. También es un canto a la supervivencia. A mí me sigue haciendo llorar».

Cinco amigos y compañeros de trabajo en una fundición de Pennsylvania: Michael, Steven, Nick, Stan y Axel. Los tres primeros irán a Vietnam, de donde regresarán como héroes o, simplemente, no regresarán. Una ruleta rusa infernal de la que no se sabe si es preferible morir para no seguir viviendo de ese modo. Una película, en definitiva, brutal, sobrecogedora por su crudeza y fidelidad a la realidad. Una película que contribuyó, sin duda alguna, a que muchos norteamericanos comenzarán a ver la guerra de otro modo. Una obra maestra de principio a fin en la que John Cazale vuelve a bordar el papel de amigo apocado al que todo el mundo tiene derecho a tomar el pelo sin ningún tipo de remordimiento, de hombre imperceptible al que, paradójicamente, enseguida echaríamos de menos si no estuviera presente.

Todo lo dicho hasta el momento sería suficiente para que John Cazale encabezara la relación de secundarios de lujo que cualquier cinéfilo pudiera soñar. Lo que eleva al actor a la categoría de mito son, como suele ser habitual, las trágicas circunstancias en que se produjo su muerte. Y es que al actor, mientras estaba rodando El cazador bajo las órdenes de Michael Cimino, se le diagnóstico un cáncer de huesos, dándole una esperanza de vida de tres meses. Se cuenta que el director encargó un guión alternativo como plan B, que obligó a Cazale a rodar todas sus escenas en el menor plazo posible para adelantarse al fatal e inevitable desenlace, que el productor trató de encontrarle un sustituto y que por ello, Meryl Streep -ya por entonces una estrella de peso y protagonista femenina de la película- amenazó con rescindir su contrato si despedían a quien entonces era su pareja sentimental.

Nada de ello fue necesario. Cazale cumplió su trabajo como siempre, con sobresaliente, y murió poco después de finalizar el rodaje. Pero todavía tuvimos ocasión de verle una vez más gracias al homenaje que Coppola le rinde en la última entrega de El Padrino, estrenada en 1990, y en la que Fredo Corleone aparece, por exigencias del guión y del director, aprovechando algunos planos rodados para las películas anteriores.

Cinco películas. Sólo cinco, todas nominadas al Oscar a la Mejor Película y tres de ellas ganadoras del premio. Quince estatuillas en total, aunque ninguna cayera en las manos del secundario ideal para papeles en los que la fragilidad fuera el signo distintivo.

Para concluir, a quienes este artículo les haya abierto el apetito por disfrutar del buen cine de Cazale hay que decirles que es fácil encontrar El cazador en casi cualquier gran o pequeño comercio, y que la trilogía de El Padrino está disponible en todos los formatos imaginables. Sin embargo, es una verdadera lástima que dos películas fantásticas como La conversación o Tarde de perros sean prácticamente inencontrables. Bueno, siempre nos queda el recurso a esos programas ilegales de intercambio de archivos que desde aquí no debería recomendar pero, créanme, en todo caso se trata de un delito insignificante para tan gran recompensa como obtendremos.

Filmografía:

El Padrino (The Godfather, 1972), Francis Ford Coppola

La conversación (The Conversation, 1974), Francis Ford Coppola

El Padrino II (The Godfather. Part II, 1974), Francis Ford Coppola

Tarde de perros (Dog Day Afternoon, 1975), Sidney Lumet

El cazador (The Deer Hunter, 1978), Michael Cimino

El Padrino III (The Godfather. Part III, 1990), Francis Ford Coppola

.38, Revista digital de La Balacera. Artículo publicado en el número de diciembre de 2008

 

2 thoughts on “John Cazale, el secundario de la fragilidad

  1. No he visto! Tarde de Perros ni La Conversacion pero que interpretacion tan magistral la que hizo en el Padrino II con Pacino cuando estaba acostado en la mecedora, tan fragil, tan abierto, siente uno lastima por ese personaje, es tan asi que parece que uno es el que esta sentado en la mecedora, vaya no he visto esto en el cine o muy pocas veces lo he sentido.

  2. Las he visto todas… Y no les miento me agrado mucho el trabajo que entrego cazale en cada una de ellas… Que pena por su tan temprana muerte… Hubiera sido un gran aporte en la cinematografía gringa….

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